PINTA TU VIDA

C1C180B4-8E37-4017-BD53-C06529AF7A85

Hoy estaba pintando números.
Así, sin más. Es algo que me encanta pero curiosamente practico menos de lo que me gustaría. Sin embargo, lo estoy haciendo mucho estas Navidades.

Quienes me conocen, ya saben que no me gustan especialmente las Navidades. Aunque no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que me encantaban.

Mientras pintaba, las reflexiones se amontonaban en mi cabeza. He de matizar que pintar o escribir son de las pocas cosas que consiguen algo muy concreto en mí: parar el ruido. Me permiten frenar la mente y los 200 mensajes instantáneos por minuto. Es una calma que solo aparece cuando las manos se mueven despacio y la mente deja de molestar, entonces me permito ser y reconectar. Son rituales íntimos que una hace en silencio, sin necesidad de explicarlos demasiado, sin buscar aplausos, ni méritos. Y quizá por eso tiene todavía más valor.

Mientras mojaba el pincel y buscaba el número exacto, me di cuenta de que pintar con números no es solo rellenar espacios. Es aprender a mirar y contemplar. Es entender que no todo se hace igual, que no todos los trazos necesitan la misma fuerza ni el mismo pulso. Necesitas pinceles planos, largos, pequeños, redondos, de precisión. Algunos apenas rozan el lienzo. Otros cubren superficies más amplias. Y casi sin darme cuenta, mientras pintaba, algo empezó a ordenarse dentro de mí.

Pintar con números es algo aparentemente simple, pero… tan complejo como su parecido a la vida. No en términos místicos, sino en lo más cotidiano.

Muchas veces pretendemos vivir a brochazos. Pintar el lienzo de nuestra vida con un solo pincel, con una única forma de actuar, con la misma reacción de siempre. Como si todo pudiera resolverse igual. Y claro, nos salimos de la raya, el resultado no se parece en nada a lo que imaginábamos, pretendíamos o incluso veníamos predestinados. Entonces llegan la frustración, la culpa, el juicio…o peor aún culpar al Universo, a Dios o a tu vecino porque tu cuadro es un desastre.

Pero ¿y si el problema no es el dibujo, ni el lienzo, ni el color?
¿Y si el problema es que estamos usando mal la herramienta?

Es tu mano la que la sostiene y la mueve.

No nos enseñan, ni en el colegio ni muchas veces en casa, a identificar nuestros pinceles emocionales. Nadie nos explica que habrá momentos para la firmeza y otros para la delicadeza. Que a veces toca marcar límites con un trazo claro y otras difuminar, esperar, respirar. En casa se heredan pinceles, pero no siempre se cuestionan. Y así crecemos intentando pintar toda nuestra vida con el mismo gesto aprendido.

Lo bonito, y lo profundamente revelador, es darte cuenta de que no solo cada número tiene un color distinto, sino que cada espacio necesita un pincel diferente. Igual que en la vida. En cada etapa, en cada vínculo, en cada momento, vas a necesitar actuar de forma distinta. Y eso no es incoherencia: es madurez. Pretender reaccionar siempre igual y esperar resultados diferentes no es coherencia, es rigidez. Y la rigidez, en la vida, acaba rompiendo y creando un lienzo sin sentido ni propósito.

Yo, a veces me salgo de la raya. Muchas veces. El pulso falla, el pincel se escapa, la mano se adelanta. Mil historias. Mil pequeños errores. ¿Y sabes qué pasa entonces? Que no se rompe el cuadro. No hay drama. Coges el color de al lado… y lo cubres. Ajustas. Corriges. Integras. Aprendes. Esto lo he aprendido con la práctica, al principio fue un drama. En mi vida también fue/es/será así.

Porque la vida es exactamente eso: aprender a cubrir con conciencia los errores que cometemos. No ignorarlos. No dejar ese espacio mal pintado esperando que nadie lo vea. Sino mirarlo, aceptarlo y repararlo con honestidad, con conciencia, con responsabilidad emocional.

Otras veces pasa algo aún más curioso. Crees que te has equivocado de número, que has usado un color que no tocaba… y cuando avanzas un poco más te das cuenta de que es prácticamente idéntico. La diferencia es mínima. Apenas perceptible. No pasa nada. El cuadro sigue siendo bello. Igual te has agobiado por algo insignificante hasta tal punto que luego no encuentras donde debías corregir, aún y así, no pasa nada.
Párate a pensar, cuántas veces en la vida sufrimos por detalles, momentos, experiencias que apenas alteran el conjunto. Cuántas veces nos quitamos la paz por cosas que, con perspectiva, no cambian la imagen completa.

No obstante, he aprendido que hay algo imprescindible para que todo esto funcione: la atención.
Para pintar necesitas estar ahí. Presente. Mirando. Sintiendo el trazo. No puedes hacerlo con prisa ni con la cabeza en otro sitio. Tienes que poner cariño. Cuidado. Presencia.
Y quizá eso sea lo que más nos falta hoy: estar donde estamos.

A mi esta reflexión me aparece en medio de la Navidad, en medio de la ausencia.

Yo siempre necesito apartarme a pensar, o a no pensar, cuando tengo ruido, cuando las emociones se acumulan. Ahí es donde veo la respuesta.

Hoy no llegó por casualidad. Llega cuando te paras y estás lista para recibirla.

La realidad, lo que me ha llevado a este momento, es precisamente lo que me genera ruido interno. No es que no me gusten las Navidades. Es que ya no son iguales. Hubo un tiempo en mi vida en que me encantaban. Me encantaban porque vivía en una familia increíblemente feliz. Porque tenía a alguien que fue un tótem en mi vida: mi abuelo. Ahora no está.

Y, para mí, cuando él no está, muchos momentos pierden sentido. No lo vivo desde el sufrimiento. Simplemente han perdido importancia. Puede que esa magia regrese en algún momento, puede que no. Ni me resta ni me suma. Simplemente es un espacio vacío.

Cuando te das cuenta de ello. Alguna ficha se mueve dentro. Y necesitas y debes sentirla y dejarla ser y marchar. Por eso hoy lloré. Y me permití llorar.
Me permití honrarlo. No desde la tristeza, sino desde la presencia. Desde decirle: sé que estás de alguna forma ahí. Te siento. Te extraño. Y hay cosas que ya no son iguales. Pero sigues pintando, porque tu lienzo es el único que vas a tener y tu cometido es acabar de pintarlo.

Igual que cada persona pinta de una forma distinta.
Igual que cada uno tiene su propio lienzo.
Igual que cada uno dispone de colores diferentes.

De alguna manera creo que, si no es Dios, es Buda, es el destino, es el universo… da igual cómo lo llames. No importa la energía que mueva esto. Siempre te va a poner los pinceles delante. Y si no los tienes, te obligará a salir a buscarlos. Si no lo haces, es porque no esperas pintar una bonita obra.

La cosa va así, aprendes de ti, el maestro eres tu mismo y tus decisiones. Después escogerás que se convierte en lección y que se convierte en sufrimiento que te impide pintar tus números como toca. Todas las decisiones están en ti.

Te lo dice alguien más terca que una mula. Que solo he aprendido despeñándome por los barrancos de la vida. Aunque para mí, mi abuelo fue maestro. Me ha costado muchos años reconocer la maestra que hay en mí.

Da igual lo que haya sucedido en tu vida. Ya ha pasado. ¿Ahora que? Yo también añoro momentos de mi vida. Obvio muchas veces echo de menos a mi abuelo, no solo desde el deseo egoísta de querer tenerlo aquí, sino desde un lugar más profundo: darte cuenta, cuanto más mayor te haces, de las cosas buenas que tuviste. Y entender que mirar atrás con agradecimiento también es una forma de avanzar. Al menos así lo pienso yo. Es mi humilde opinión, que probablemente no te sirva de nada según desde donde me leas. O puede que si, puede que esto te remueva y te impulse a seguir buscando números, colores y pinceles. Si, son muchas cosas, pero eso es el arte de vivir.

No soy un gurú. No vengo a dar lecciones ni a mostrar una vida perfecta, ni de broma. No te enseño una vida ideal. Te muestro una vida real. Con heridas. Y con la capacidad, que todos tenemos, de repararlas.

A mí me da igual cuándo empieza o acaba el año. Me importa cómo lo viven las personas que me rodean. Me importa que, en algún momento, sea un lunes cualquiera de marzo o un 1 de enero, hagan ese click. Ese cambio. Que avancen. Que entiendan que ya tienen todos los colores. Y que, de una forma u otra, con mayor o menor esfuerzo, también tienen todos los pinceles.

No soy perfecta.
Pero si mis errores, mis emociones y mis pensamientos pueden ayudar a otros, siempre los compartiré.

Porque quizá de eso también va la vida: de atrevernos a pintar con lo que somos, con lo que tenemos… y con lo que vamos aprendiendo por el camino.

A ti que me lees, sigue pintando este 2026. Todo tiene arreglo, todo tiene un pincel y un color adecuado. Solo tienes que pararte a observar y buscar si es necesario.

Y a ti yayo, te extraño. Sigo filosofando contigo a través de mis palabras. Porque siempre que me siento a leer o a escribir, lo hago contigo. Y poder filosofar así, sin prisa, sin superficie, sin ruido… es un regalo inmenso. Profundizar. No quedarse en lo banal. Eso es algo que me has regalado y siempre agradeceré. Te quiero hasta el cielo.

Lo último en mi blog

Blog

PINTA TU VIDA

Blog

NO FUE MI AÑO

Blog

NOOTROPICOS Y TDAH

Blog

CALDO DE HUESOS

Blog

Empatía y TDAH

Blog

algo sin acabar

Blog

Camina con consciencia

Blog

Un año descubres…

Blog

Vitamina D

Blog

Lo esencial es invisible

Blog

ASHWAGANDHA