Cierro el año sin saber si fue mi año.
Y quizá esa sea la respuesta más honesta que puedo darme.
No fue un año perfecto, ni fácil, ni lineal.
Fue un año que me desordenó por dentro, que me obligó a mirarme sin disfraces y a aceptar que crecer, a veces, duele más que perder.
Conocí personas que llegaron como quien enciende una luz en una habitación desconocida.
Otras se fueron sin hacer ruido, dejando un hueco que tardé en entender.
Fui a lugares que me recordaron que el mundo sigue siendo grande, incluso cuando una se siente pequeña.
Escuché canciones que hoy me sostienen.
Y me atreví a probar versiones de mí que llevaban tiempo esperando permiso.
No todo salió como imaginaba.
Y, sin embargo, algo en mí aprendió a soltar la exigencia y a abrazar lo que fue, sin reproches.
Porque la vida no siempre se trata de avanzar; a veces se trata de quedarse, de sentarse con lo que duele, de respirar hondo y no huir.
He aprendido que la vida también es pausa.
Es silencio.
Es sanar sin prisa.
Es entender que hay momentos luminosos y otros que no quisiéramos haber vivido, pero que nos atraviesan para enseñarnos algo que no se aprende de otro modo.
No soy la misma persona que hace un año.
Ni siquiera la de hace unos meses.
Hubo despedidas que dolieron más de lo que esperaba.
Hubo comienzos que nacieron del cansancio.
Hubo que recoger pedazos, uno a uno, y colocarlos con cuidado, respetando el tiempo que necesita el alma para recomponerse.
Y en este lluvioso domingo de diciembre, todo eso se ordena.
La lluvia no molesta: acompaña.
El silencio no pesa: sostiene.
Y la mirada se vuelve más suave, más comprensiva.
He dejado al pasado en su lugar.
No porque no importe, sino porque ya cumplió su función.
Me quedo con quienes eligen quedarse.
Con lo pequeño, con lo sencillo, con lo verdadero: mirar las nubes, las estrellas, una conversación honesta, un gesto que no pide nada a cambio.
Con la certeza de que ser buena con quien lo necesita sigue siendo una de las formas más silenciosas y profundas de amor.
También entendí que no quiero una vida a medias.
Ni vínculos por costumbre.
Ni afectos nacidos del miedo a estar sola.
Quiero un amor que expanda, que despierte, que haga vibrar la mente, el cuerpo y el alma.
Y si no es así, elijo la calma, la verdad y la lealtad hacia mí misma.
Porque mi tiempo, mi energía y mi presencia no son negociables.
Hoy agradezco.
Sin ruido.
Sin euforia.
Agradezco lo bueno y lo incómodo.
Lo que salió bien y lo que todavía está en proceso.
Lo que se fue, lo que no pudo ser y lo que, sin saberlo, me estaba cuidando.
Porque agradecer es, quizás, la manera más madura y elegante de hacer las paces con la vida.
No sé si este fue mi año.
Pero sé que fue un año honesto.
Y mientras el siguiente se acerca despacio, me quedo con esto:
siempre se puede volver a intentar, volver a amar, volver a soñar.
Y, tal vez, la verdadera suerte sea esa:
seguir eligiendo la verdad, incluso cuando el camino no está del todo claro.
Reflexión final — para quien lee esto sin saber que lo necesitaba
Antes de pasar página, detente un instante.
Mírate la vida con honestidad brutal, pero con ternura.
Pregúntate —sin prisas, sin excusas—:
¿Estoy viviendo o simplemente sobreviviendo?
¿Elijo mis días… o los aguanto?
¿Amo desde la verdad… o desde el miedo a quedarme solo/a?
¿Me trato como alguien a quien quiero… o como alguien a quien exijo demasiado?
La vida no avisa.
No pide permiso.
No promete más tiempo del que ya tienes.
Y quizá la pregunta no sea si este fue tu año.
Quizá la pregunta real sea:
¿me estoy permitiendo ser quien soy, o sigo viviendo la vida que aprendí a sostener para no decepcionar a nadie?
Porque al final no se trata de llegar intactos,
sino despiertos.
Con el corazón algo más valiente.
Con menos peso innecesario.
Con la dignidad de haber sido honestos con nosotros mismos.
Si este año te rompió un poco…
es posible que no viniera a destruirte,
sino a despertarte.
Ritual de cierre y comienzo. ENRAIZATE Y VUELA
Hazlo despacio.
Hazlo presente.
Hazlo de verdad.
1. Prepara el espacio
Busca un lugar tranquilo. Puede ser de noche o al amanecer.
Enciende una vela. Si puedes, acompáñala de incienso o un aroma que te ancle (sándalo, palo santo, mirra, lo que te conecte).
Siéntate con la espalda recta, los pies bien apoyados en el suelo. Pisando fuerte.
2. Respiración de anclaje (3 minutos)
Inhala profundo por la nariz.
Exhala lento por la boca.
Con cada exhalación repite en silencio:
“Suelto lo que ya no necesito.”
Siente el cuerpo.
Aquí.
Ahora.
3. Escribe — sin filtros
En una hoja responde, con honestidad cruda:
- ¿Qué me dolió este año… pero me hizo crecer?
- ¿Qué sostuve por miedo y ya no quiero cargar en 2026?
- ¿Dónde me traicioné a mí mismo/a?
- ¿Qué versión de mí quiero dejar atrás?
Cuando termines, dobla el papel.
Agradécele.
Y rómpelo o quémalo con cuidado.
No como rechazo, sino como liberación consciente.
4. Intención para 2026
En una nueva hoja escribe solo esto:
En 2026 elijo vivir desde…
(una palabra o una frase clara: verdad, valentía, presencia, amor, coherencia, fuego, calma…)
Debajo añade:
Me comprometo a no volver a abandonarme.
Dobla el papel. Guárdalo donde lo veas a menudo.
5. Cierre corporal — pisando fuerte
De pie.
Pies abiertos al ancho de las caderas.
Respira hondo y di en voz alta (aunque sea en susurro):
Estoy aquí.
Estoy vivo/a.
Y elijo vivir con conciencia.
Siente el peso del cuerpo sobre el suelo.
Estás anclado/a.
Estás listo/a.
Este 2026 me gustaría escribir un libro con todos mis anclajes, rituales y tiritas… todo aquello que he trabajado, caminado y exhalado… Enseñar mis heridas a través de palabras llenas de amor y mostrar el camino que me ayudo encontrar la luz en cada momento de oscuridad.
