Donde el amor fue llama 

niñas 124

Es el borrador de una historia…

Hay amores que nacen con el cuerpo en llamas.
Amores que llegan como tormenta, arrasan, iluminan, nos hacen sentir vivos.
Nos prometen cielos, eternidades, nos llenan de brillo en los ojos y de fe en lo imposible.
Amores que todo lo invaden, que todo lo tiñen, que hacen que la vida tenga música incluso en el silencio.

Y luego, poco a poco, sin darnos cuenta, algo se empieza a desdibujar.
Las sonrisas se hacen menos frecuentes, los abrazos más breves,
las palabras menos tiernas, más ausentes…
y el brillo, ese brillo que nos hacía reconocernos, se va apagando.

Cada silencio no dicho,
cada abrazo que no dimos,

cada caricia retenida,
cada vez que miramos hacia otro lado
cuando el otro gritaba en silencio…

Todo ello deja una marca.
Como el que talla la madera con manos torpes,
sin saber realmente lo que quiere esculpir.

Y sí,
podemos intentar reparar.
Podemos pegar los trozos,
barnizar las grietas,
fingir que no duele.
Pero quien ha trabajado con madera lo sabe:
cada corte, cada incisión,
cambia para siempre la forma del tronco.
Ya no volverá a ser como era.

Porque hay heridas que no se borran.
Se integran.
Se quedan ahí, como cicatriz viva,
como recordatorio de lo que fuimos, de lo que dimos, de lo que faltó.

Y es que el amor, cuando no se sostiene con conciencia,
cuando no se riega con presencia,
cuando no se cuida con verdad,
puede destruir más de lo que construye.
Puede convertir lo que fue tronco firme en serrín,
en polvo de lo que pudo ser y no supimos sostener.

Y sin embargo,
nadie llega por azar.
Tampoco se va por casualidad.
Queda el recuerdo.
Que, aunque duela, también transforma.
El amor se convierte en espejo y consciencia.
En una memoria viva de lo que deseamos repetir…
y de lo que ya no estamos dispuestas a permitir.

Porque no todo lo vivido fue en vano.
Porque incluso el amor que nos rompió
nos enseñó a elegirnos más,
a mirar con otros ojos,
a construir desde otro lugar.

Y así, lo que parecía un final,
se vuelve semilla.
De un amor más consciente,
más suave, más humano.
Uno donde no haga falta tallar con furia,
sino acariciar con cuidado.

Uno donde la elección diaria no duela,
donde el compromiso no sea una prisión,
sino un acto de libertad.

Aún cuando algo termina,
queda la memoria.
Y con ella,
la certeza de que todo pasa, todo sana,
todo —de algún modo— se acomoda.

Y lo que es amor de verdad,
no deja escombros.
Deja raíz.
Deja fuerza.
Deja alma.

11/07/2025

por ChristyRepetto

Un fragmento de retales, retales que componen una vida de luces y sombras. Retales de un libro que nace de sonrisas y melancolía, que describen a una niña que se convirtió en lo que soy.

Espero encontrar pronto a la editorial adecuada para que todos ellos lleguen a las almas que necesitan un abrazo.