No es que no me esfuerce…

Imagen de WhatsApp 2025-05-12 a las 10.32.23_f4df42f6

No es que no me esfuerce… es que a veces olvido celebrar que sigo viva.

Durante años cargué una pregunta como un secreto callado:

¿Por qué nunca me siento verdaderamente orgullosa de mí misma?

¿Por qué, aunque lo logre todo, me sigue acompañando esa sensación de vacío, de no haber hecho suficiente?

Y un día, en medio de una conversación honesta, me lo dije casi sin querer:

Porque sobrevivir no se celebra.

La supervivencia solo se encadena a la próxima crisis.

Solo sigue. Solo aguanta. Solo resiste.

Y ahí entendí: mi cuerpo nunca aprendió a parar.

Mi mente nunca conoció el aplauso sin exigencia.

Mi alma fue criada en la urgencia.

Crecí en el caos. Y cuando eso ocurre, lo “normal” se siente extraño, incluso aburrido.

Entonces confundimos intensidad con amor, drama con pasión, movimiento con sentido.

Nos volvemos perseguidoras del ruido porque el silencio… duele.

Porque la calma nos hace vulnerables.

Y así, me volví experta en hacer. En rendir. En lograr.

No por ambición, sino porque aprendí que solo valía si cumplía.

Y si fallaba, el castigo emocional llegaba puntual, como una sombra fiel.

No me sentía orgullosa porque nadie me enseñó a hacerlo.

Nadie me dijo: “Esto que hiciste es suficiente. Tú eres suficiente.”

Y ahora me adelanto a los juicios: minimizo mis logros antes de que alguien más los rebaje.

También entendí que mi independencia extrema no nació del poder,

sino de la certeza de que nadie vendría a ayudarme.

Así que me construí entera. Sola. Pero con miedo.

Hoy reconozco algo más duro, pero luminoso:

He sido mi refugio, mi aplauso, mi sostén.

Y aunque eso me honra, también me duele.

Ahora lo sé: si quiero sentirme orgullosa de mí, tendré que aprender algo más profundo que la supervivencia.

Tendré que reaprender la autocompasión.

Y eso es un trabajo silencioso, honesto, incómodo… pero necesario.

Ejercicios terapéuticos para comenzar ese camino:

1. Diario del orgullo silencioso:

Cada noche, escribe tres cosas que hayas hecho ese día y que merecen ser reconocidas.

No importa su tamaño. Si sobreviviste a un pensamiento oscuro, si comiste con consciencia, si descansaste, si fuiste amable contigo. Todo cuenta.

2. Reescribe tus creencias:

Toma una frase que sueles repetirte (“Nunca hago suficiente”, “Soy una carga”, “No soy tan fuerte”) y cámbiala por otra más compasiva:

“Estoy aprendiendo a sostenerme con amor”,

“No tengo que hacerlo todo sola para merecer descanso.”

3. Autoconcepto en espejo:

Frente al espejo, mírate a los ojos y repite en voz alta tres afirmaciones.

Ejemplo:

– Estoy construyendo una relación nueva conmigo.

– No necesito rendir para merecer amor.

– Mi historia no define mi valor.

4. Carta a tu niña que resistió:

Escribe una carta a tu versión más pequeña. Agradece su fuerza, nómbrale todo lo que hizo para llegar hasta aquí. Y luego, dile:

“Ahora te veo. Y ya no tienes que sobrevivir sola.”

5. Ritual de celebración íntima:

Una vez por semana, celebra algo que lograste. Pon una vela, una canción, una comida que te nutra. Di en voz alta: “Esto también es un logro. Y merezco sentirlo.”

Este es el tipo de trabajo que transforma desde la raíz. No es inmediato, pero es duradero.

No es ruidoso, pero es profundo.

Y si estás aquí, leyendo esto, es porque ya diste el primer paso: empezar a nombrarte con amor.

Te abrazo desde aquí y te envío luz y amor