Querida hermana de camino,
Hoy llueve, y mientras escucho el murmullo del agua contra los cristales, pienso en cómo la vida nos regala estos instantes de recogimiento. Son cápsulas de conciencia en las que, aun con el corazón magullado, puedo detenerme a sentir. Sé que en unas horas volverá a salir el sol, pero en este instante la calma y el silencio me abrazan con la fuerza de una verdad sencilla: El amor no se mendiga.
Gabriel García Márquez escribió: “No obligues a nadie a quedarse, mejor oblígalos a irse; quien insista en quedarse es quien vale la pena”. El amor real no necesita persecuciones ni ruegos. El amor que merece la pena es presencia: se queda sin que tengas que pedirlo, te sostiene, se convierte en refugio y en hogar.
Si alguien se marchó, es porque su lugar ya no era contigo. Por más que los instantes de felicidad parecieran eternos, cuando la vida te obliga a recoger las ruinas a paladas, descubres una verdad que no quieres ver, esa fantasía tiene caducidad. Porque el amor real, no es postureo, no te vacía, ni te destruye; es algo mas allá de una emoción, se convierte en un estilo de vida que te empuja a ser tu mejor version, te expande, te enciende la vida.
Sé que hay dolores que no caben en las palabras. Que no se curan con un “te quiero” ni con un “lo siento”. Son dolores que te atraviesan, que te parten, que se clavan como un nudo en la garganta y te dejan sin aliento. Nadie los elige, pero la vida a veces los impone. Yo también los he sentido: queman, hunden, desgarran… y, sin embargo, aquí estamos, de pie, con la certeza de que hemos sobrevivido o almenos sabiendo que tenemos suficiente fuerza como para transitarlo. A mi no me preguntaron si estaba lista, en mi momento de mayor vulnerabilidad me enamoré sin reservas, querida, como dice mi sabia madre, nunca lo des todo, no te regales, eres un tesoro que merece perseverancia.
Pero óyeme bien. Vas a sanar, aunque ahora lo dudes, lo harás porque este no es el final de tu camino, de hecho, lo mejor esta por empezar.
Aprenderás a soltar lo que se rompió antes de que llegara a su final, vives el duelo mientras tratas de pegar los trocitos de una relación que solo ves tu. Hasta que tu mente hace “click” y te das cuenta de que ocupas el lugar de otra persona, en ese momento te liberas de culpas que nunca debiste cargar, de preguntas que no tienen respuesta y de pesos que solo te desgastan. Tu tiempo y tu energía son demasiado valiosos como para seguir perdiéndolos. Es momento de quedarte con lo aprendido, con la intensidad de lo vivido, momento de que mudes la piel y te disfraces de alegría y levantes la cabeza bien arriba. Porque, al final, el mayor acto de amor que una persona puede tener es escogerse a sí misma.
Reconocer con valentía lo que te hiere y alejarlo de tu vida, permitirse llorar, sentir, vaciarse, y volver a llenarse… es jodidamente dificil y es lo único que no voy a romantizar, necesitas tener el coraje de aceptar este proceso para no quedarte alli atrapada, necesitas abrazar tu fragilidad, y hacer las paces con tus imperfecciones. No va a ser fácil, pero recuerda que no te estás rindiendo, estas regresando a ti. Estas eligiendo la paz antes que la tormenta, estás dándote cuenta de que lealtad no es sumisión. Claro que duele, porque lo que un día te iluminó terminó por abrasarte. Pero no todo lo que marcó tu alma debe quedarse a tu lado para siempre. Hay historias que terminan porque tu no eres la protagonista. Hay capítulos que se cierran, no porque hayas fracasado, sino porque tu alma ya creció.
Y crecer duele, hermana.
Un último consejo: (aunque no me siento maestra para da consejos) no te culpes nunca más por haber amado con intensidad, ni por haber perdonado más de lo que debías. Amar con el alma nunca será un error, según yo, el amor es la emoción mas potente del mundo,, una energia que lo puede todo, por eso nunca una buena persona puede hacer mal amando. Simplemente se debe saber decir “hasta aquí” y convertir ese amor en amor propio. Aunque todavía te asalte la duda de si debiste dar un poco más, aunque te persiga la idea de que si hubieras hecho las cosas de otro modo, quizá el desenlace habría sido distinto. La verdad es que no. Podría darte una larga explicación, incluso aportarte una base científica que defiende mi rotundo “no”, pero ahora mismo tu cerebro descarta toda información que no te de esperanzas. En cierto modo, estas tapándote los ojos.
Lo que si puedo decirte es que, sois humanos diferentes, no hay buenos ni malos. Sencillamente, él nunca entenderá cómo te sientes, y tampoco se le puede culpar por no saber amar, imagina que profundidad tienen sus heridas, que llevan a un humano a cometer actos que solo hacen mas oscuros sus demonios, que se anestesian a base de la dopamina de la pelea, del engaño y de la manipulación.
Ser alguien con la capacidad de amar sin medida tras haber abrazado a sus miedos y sombras… Eso, requiere mucho esfuerzo y mucho trabajo, no todos estamos en el mismo punto en la escalera de conciencia. Y, del mismo modo que ninguna fruta con diferente maduración permanece en la misma rama, hay historias que no están destinadas a crecer juntas. A mi me da una compasión terrible, pero un día decidí dejar de salvar a quien no quiere ser rescatado. No somos dios, y cada uno es libre de lucir sus cicatrices a su manera.
La vida a veces cruza caminos en tiempos equivocados o incluso simplemente porque somos maestros unos de otros, y no hay nada que pueda hacerse contra eso. Hay amores que no se viven para quedarse, sino para enseñarnos la fragilidad de lo que sentimos. Hay vínculos destinados a ser pregunta, no respuesta; deseo que arde a lo lejos, nunca fuego compartido.
Así que no te castigues más por haber amado demasiado ni por haber perdonado de sobra. No creo que el error sea la grandeza de dar amor incondicionalmente, el error es querer cambiar a quien aun no esta listo para crecer. Lo que queda ahora es soltar, aceptar que algunos amores se viven en silencio, desde la distancia, sin final feliz. Y aun así, siguen siendo reales.
A ti, amiga,
y a todos aquellos que como nosotras han atravesado duelos demasiado largos…
Cuando no es, ningún esfuerzo bastará. Forzar el amor es solo empujar a alguien a ocupar un lugar que no le corresponde. El amor verdadero no se mendiga: llega para habitar sin vacíos, sin rechazos, sin fríos silencios.
Entonces comprendes que aquello fue una historia intensa, marcada por la pasión y el desbordamiento, pero lejana a lo que significa un amor maduro y sano. Fue compañía en el momento en que más la necesitabas, un bálsamo que por un tiempo calmó algunas ausencias.
Hoy es tiempo de honrarlo, agradecerlo… y dejarlo ir.